Me gustaba llegar por las mañanas, que me dijeras un "Buenos días, Idiota" y que me despeinaras. Yo te robaba tu gorra y decía "¿Quién es el Idiota ahora?" tu me mirabas y decías "No te queda mal pero sigues siendo Idiota, mi Idiota" y me la acababas robando con un beso. Era un juego, un juego del que no quería salir.
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